To boldly go…
La esencia de este reboot de una franquicia cansada y alicaída, que muchos daban como terminada, queda definida a la perfección en la imagen de arriba: un grupo de aventureros jóvenes buscando su lugar en un universo tan inmenso, tan brillante y lleno de posibilidades, que los hace parecer diminutas células en un océano sin fin. Me hace recordar aquella famosa imagen tomada por el Voyager 1 del planeta tierra desde el espacio, con la que Carl Sagan se refirió a nosotros como “una partícula de polvo suspendida en un haz de luz”.
Los tripulantes de la famosa nave USS Enterprise son un grupo de personas boldly going [como decía la voz en off de la serie original] a los lugares donde ningún hombre había llegado antes.
Siempre escuché decir que igual que como se era fan de Los Beatles o Los Rolling Stones, igual se era de Star Trek o de Star Wars. Personalmente caería en el segundo grupo [también de Los Stones], porque en aquel entonces Star Trek y toda su filosofía y mitología “pensante” me ponían a dormir. Mi experiencia con Stark Trek se limita a un par de episodios de The Next Generation de los que se ven por inercia o con la televisión puesta de fondo mientras se está cenando, al episodio de la serie original considerado como EL episodio definitivo [The City on the Edge of Forever], y claro está, como cualquier niño hijo de los 80, a la película más famosa y celebrada de todas las de la saga - Star Trek: The Wrath of Khan [Khaaaaaan].
Star Trek apareció en la televisión norteamericana al mismo tiempo que la carrera espacial alcanzaba su cúspide colocando al hombre en la luna. Su creador Gene Roddenberry nos presentaba una visión idealista sobre el deseo del hombre por conquistar el espacio, un deseo inspirado por la sed de conocimiento, la curiosidad innata del ser humano, el desafío que representaba llegar a lugares donde nadie había llegado antes, y, contrario a las conquistas que ha hecho el hombre a lo largo de la historia en su propia tierra a base de lucha y sangre, hacerlo todo en el marco de la paz y la confraternidad entre los propios hombres y las especies extraterrestres. Qué lindo.
Quizás por eso Star Trek nunca alcanzó el mismo grado de popularidad masiva que Star Wars, y se quedó siendo objeto de culto para los Trekkies. Roddenberry se basó en crear un universo donde la inteligencia y la filosofía se colocaban por encima de la fuerza bruta y el espectáculo, donde las aventuras tenían como propósito dejar una lección en cada episodio, casi siempre sobre los prejuicios que aquejaban a la sociedad norteamericana en el marco de una era llena de cambios – el movimiento feminista en pleno apogeo, la anti-segregación y la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos, y la necesidad de armonía entre todos. Roddenberry proponía un nuevo orden mundial de entendimiento y paz a través de la ciencia y la tecnología: el final frontier que anhelaba que la humanidad alcanzara no era el de las galaxias desconocidas, sino el de la paz.
En un época en que los reboots están de moda y tienen enorme éxito, en que James Bond y Batman han tenido que perder su sentido del humor para ser tomados en serio, resulta un tanto irónico que para que las masas abrazaran y tomaran en serio a Star Trek, el director J.J. Abrams y su equipo tuvieran que hacer todo lo contrario – despojar al material de su carácter “cerebral”, tomarse las cosas con menos seriedad, y convertirlo en una ópera espacial colorida y divertida. Es refrescante ver un material pulpy ejecutado con tal elegancia, con gracia sin caer en la autoparodia.
Si hay algo de lo que peca Star Trek es del entusiasmo desbordante de su director J.J. Abrams [un geek confeso] por lo que está haciendo, actuando como un niño con juguete nuevo que ve su sueño hecho realidad. Esto se hace más que evidente en un par de elecciones visuales, como el exceso distrayente de destellos de luz en el lente de la cámara, como queriendo decirnos que este es un mundo tan rutilante y lleno de posibilidades que hasta en lugares donde no hay ventanas la luz del espacio lo irradia todo.
Pero eso es un mal menor si lo comparamos con que logra con éxito su mayor reto: mantanerse fiel a un grupo de personajes icónicos ya establecidos en las mentes de millones de fanáticos, y al mismo tiempo tratar de sacarlos del molde en que esos mismos fanáticos quisieran mantenerlos siempre, para reinventarlos y presentarlos de una forma fresca a una nueva generación.
Como es costumbre en casi todos los blockbusters veraniegos, la historia, obra de los infames Alex Kurtzman y Roberto Orci, es un disparate sin pies ni cabeza que no soporta el escrutinio más simple, con un argumento con más huecos que un colador, pero no importa. Alfred Hitchcock hablaba que este tipo de huecos debían disfrazarse de forma tal que la audiencia no los notara ni pensara en ellos mientras veía la película. Llamaba a estos momentos de reconocimiento tardío “Fridge Moments”, pues generalmente su inverosimilidad se hacía evidente al espectador momentos más tarde, por ejemplo mientras buscaba una merienda en el refrigerador.
Digo que no importa, porque si bien este guión es un ejemplo de algo tan malo, también es otro ejemplo perfecto de algo mucho más importante para este tipo de cine: Estructura. Aquí nos encontramos con el balance perfecto de exposición, desarrollo, presentación de personajes [algo complicado para una historia que debe establecer a tantos de ellos], dosis correcta de acción-humor, altos y bajos, que hacen de esta película un verdadero espectáculo y un modelo a seguir para el arquetipo de blockbuster veraniego.
Los momentos de acción delirante suceden en el contexto de personajes y situaciones bien desarrollados, y a diferencia de otras películas sin nada que ofrecer más que cháchara y efectos especiales [véase Transformers 2], la verdadera emoción no se encuentra en esos momentos de acción, sino en aquellos en que la interacción y la química entre los personajes es el foco de atención. Llegar a conocer a cada uno de estos personajes y la forma en que se relacionan entre ellos, cómo crecen y evolucionan es un verdadero placer.
Películas como Star Trek nos recuerdan la emoción de ir al cine, el entusiasmo y la exaltación que puede causar ver en una sala oscura una historia contada como debe ser. La confirmación de que cuando Hollywood utiliza la enorme cantidad de recursos monetarios y de talento de los que dispone de la forma correcta se pueden dar pequeños milagros. ¿Qué otra cosa se puede pedir?
Enterprising Young Men - Michael Giacchino
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1 comment:
Nunca he sido fanático de Star Trek o de Stars Wars o de ninguna serie del espacio pero sin dudas me gusto mucho ver esta nueva película.
Para los que nunca habíamos visto una Star Trek sin dudas fue refrescante como dices, verdaderamente la trama (o la idea de la misma) tiene problemas de lógicas pero que como a veces trato de no pensar mucho y disfrutar de los efectos visuales esta mas que bien.
Espero que las siguientes partes de la Saga sean igual o mejor.
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