No art form passes our conscience in the way film does, and goes directly to our feelings, deep down into the dark rooms of our souls -- Ingmar Bergman.
Bright star, would I were stedfast as thou art Not in lone splendour hung aloft the night And watching, with eternal lids apart Like nature's patient, sleepless Eremite The moving waters at their priest-like task Of pure ablution round earth's human shores Or gazing on the new soft-fallen mask Of snow upon the mountains and the moors-- No - yet still stedfast, still unchangeable, Pillow'd upon my fair love's ripening breast, To feel for ever its soft fall and swell, Awake for ever in a sweet unrest, Still, still to hear her tender-taken breath, And so live ever - or else swoon to death.
Películas de la belleza de Bright Star no se encuentran a menudo.
Y no hablamos sólo de su deslumbrante belleza estética, una belleza que llega casi al trascendentalismo, sino también de la belleza de su guión, autoría de la misma Jane Campion, y estructurado en su caracter pausado y contemplativo como si se tratara de un poema del propio John Keats, su objeto de estudio secundario. Y digo secundario, porque quien interesa no es el creador, sino las cosas que lo inspiran a crear, la principal de ellas una mujer con la que vive el tipo de romance trágico del que están hechas las leyendas.
Desde las hermanas de Sweetie hasta Kate Winslet en su travesía por la India en Holy Smoke, la mujer siempre ha tenido el rol protagónico en la filmografía de una directora decididamente feminista como Jane Campion. Hay dos heroínas Campion-ianas que están particularmente conectadas con la Fanny Brawne –exquisitamente interpretada por Abbie Cornish– de Bright Star: la primera es Isabel Archer [Nicole Kidman] en The Portrait of a Lady, una mujer única en búsqueda de su lugar en un mundo nuevo para ella y en el que tiene todo en contra, y la otra es Ada McGrath [Holy Hunter] en The Piano, una mujer que como Brawn utiliza su talento natural [la música para una, la costura para la otra] como medio de expresión, y también para marcar su territorio y poderío. Porque el amor según Campion es un sentimiento territorial, tanto de espacio como de posesión.
Estas dos, igual que todas las mujeres de Campion, comparten con Fanny Brawne otro detalle: son aventureras empoderadas en un viaje de auto-descubrimiento, mujeres que por su individualidad deben luchar contra las reglas del convencionalismo dictado por las figuras masculinas.
Aquí Campion intenta algo nuevo para ella, y es realizar un biopic que se sale del tradicional esquema de contar episódicamente los momentos más importantes de una figura histórica. En su lugar, se concentra en un período específico, su más prolífico, y lo enfoca desde la perspectiva de –¿quién mas?– una mujer.
El romanticismo como movimiento artístico partió de la idea de celebrar la majestuosidad de la naturaleza, ensalzar lo bello y exponer la belleza como el balance perfecto entre lo funcional y lo agradable a los sentidos. Pero más que cualquier otra cosa, el romanticismo se trataba de demostrar la supremacía del amor por encima de todos los demás sentimientos. Jane Campion ha logrado el milagro de capturar en filme la escencia más pura del romanticismo.
Al igual que lo ha hecho Terrence Malick desde los inicios de su carrera, alcanzando su punto más alto en su obra maestra The New World, Campion se apoya en un lenguaje audiovisual basado en mostrar la conexión mutualista del hombre con la naturaleza -en este caso un artista- y la utiliza como una extensión de la persona [la naturaleza se comporta como el hombre que se nutre de ella], y como la más inagotable de las fuentes de inspiración. Keats concibió Ode to a Nightingale, uno de sus poemas más famosos, al contemplar la simpleza de un ruiseñor posado en una rama. La aparente sencillez de sus palabras está cargada de una profunda belleza, en la que celebra la perfección de una creación de la naturaleza, y a la vez se lamenta con una sonrisa de su muerte que se acerca: “Now more than ever seems it rich to die/ To cease upon the midnight with no pain/ While thou art pouring forth thy soul abroad/ In such an ecstasy.”
En sus poemas, John Keats trataba de encapsular sensaciones, no pensamientos, y entendiendo ello, Campion logra retratar la emoción indescriptible que produce el roce de una mano o una simple mirada. Porque aquí, a diferencia de otras de sus películas en la que ha demostrado de sobra que no se priva de mostrarlo todo cuando es necesario, el romance se expresa a través de caricias inocentes y miradas. Joan Keats y Fanny Brawne viven en una especie de sueño taciturno, un rêverie en que la presencia del ser amado puede sentirse hasta en el viento que mueve una cortina.
Como una poesía, Bright Star no necesita entenderse, sino dejarse encantar por ella, permitirse ser seducido por el ritmo de sus imágenes y sonidos. Campion ha creado una sonata de cuerdas y cello para la pantalla, que además de ser una demostración de las alturas que puede alcanzar el cine como medio para capturar la belleza en todas sus manifestaciones, es también una auténtica obra de arte que sirve como meditación sobre el amor y el proceso en que se obtiene y [dolorosa pero ineludiblemente] se pierde.
“A thing of beauty is a joy for ever/ Its loveliness increases; it will never pass into nothingness/ but still will keep a bower quiet for us, and a sleep/ Full of sweet dreams, and health, and quiet breathing.” – Endymion, John Keats.
Mientras termino las 1,350 reseñas que iré publicando en los próximos días [Fantastic Mr. Fox y Nine son la próximas], aprovecho para dar un poco de seguimiento a un post que publiqué hace un año, el cual surgió luego de leer una apreciación de Roger Ebert sobre el papel de los críticos en el mundo de hoy.
Ahora me encuentro con otro escrito, autoría de Devin O’Leary de alibi.com, en referencia a la estrepitosa disminución de críticos cinematográficos laboralmente activos en la prensa norteamericana, cuando paralelamente florence la aparición de críticos copy/paste, la repetición de información sin ningún tipo de análisis ni comentario, y de blogs de chismes que pretenden incluir comentario fílmico “serio” mientras se dedican a alimentar la creciente y dañina cultura de adoración a las celebridades. Al margen de ello, también pienso en la actitud de ciertas personas, que ciegamente se oponen a todo el que ose “criticar” el trabajo ajeno, irónicamente practicando el mismo ejercicio que ellos mismos denostan.
Me tomo la libertad de traducir un par de extractos:
“Creo que la crítica cinematográfica tiene una función valiosa. Incentiva a la gente a pensar un poco más seriamente sobre las películas que consume. Sí, las películas existen principalmente como fuente de entretenimiento, ¿pero acaso ello significa que no se puede ser un consumidor informado también en materia fílmica?”
y luego sigue…
“Cuando compras un automóvil, le preguntas a tus amigos que saben de autos sobre lo que piensan. Lo mismo debería ocurrir con el cine. Los críticos de cine no son sólo bocones con una opinión [al menos no todos lo somos]. Un buen crítico de cine conoce la historia del cine, entiende cómo se hacen las películas, se ha memorizado los CV de montones de involucrados en la industria, y puede participar como un experto en el juego de “Six Degrees of Kevin Bacon.” Un crítico de cine profesional puede proveerte de todo tipo de información útil sobre una película, no importa si es buena o mala. Los críticos no están ahí simplemente para decirte “Thumbs Up” o “Thumbs Down”, ve esta o aquella película. Están ahí para ofrecerte el tipo de información que te permita tomar una decisión informada, decidir si quieres o no ver tal o cual película, y en caso de que decidas verla, que puedas salir de la sala con una apreciación y un entendimiento más profundo sobre ella. Haz lo que hago yo: leer montones de reseñas luego de que veas una película. Esto definitivamente podrá darte una perspectiva nueva y diferente sobre lo que acabas de ver.”
Y aprovecho para repetir la máxima de Roger Ebert:
“¿Cuál es la labor de un crítico de cine? Un crítico debe incentivar el pensamiento crítico, mirar más allá, ser un meteorólogo de tendencias sociales, elevar el discurso, enseñar, informar, entretener, inspirar, generar empatía, pero también no temer a generar rechazo.”
“To stay alive or die, that is our greatest drama” – Howard Hawks.
Michael Mann es desde hace años el representante por excelencia del director que trabaja para Hollywood, pero estrictamente bajo sus propios términos.
¿Qué otro director puede darse el lujo de que un estudio le financie una Miami Vice, un proyecto personal disfrazado de película de acción de $150 millones de dólares?
Mann es un craftman consumado, que aún trabajando para el sistema presenta en todos sus proyectos de forma inconfundible y sin compromisos sus ideas y los temas que le obsesionan. Su sello personal es claramente identificable sin que ello necesariamente dé al traste con las posibilidades comerciales de sus trabajos. De ese tipo de autor quedan muy pocos exponentes, junto a Mann podrían destacarse directores como Steven Soderbergh, David Fincher, y [debatiblemente] Tim Burton.
La principal característica del cine de Mann, la cual muchos lamentablemente terminan denostando como “estilo sobre sustancia”, es su deseo ante todo de crear una atmósfera particular, un mood absorbente que es tan o más importante que los personajes que la habitan.
Hace unas semanas, comparaba el myth-makingque Kathryn Bigelow realiza con sus personajes con el de Mann, y las similitudes son innegables. Los protagonistas de Mann también son todos arquetipos de algún tipo; policías, ladrones, estrellas de boxeo, periodistas íntegros, y todos, ya sean buenos o malos, son líderes y los mejores en lo que sea que hagan. Por ello, todos sin excepción terminan cargando figurativamente con el peso del mundo en sus hombros, estando dispuestos a darlo todo en nombre de su código moral.
El personaje más recurrente en su filmografía es el del forajido, el outcast que se expresa a través del crimen o la violencia. Mann parece obsesionado con romantizar y mitificar este personaje, todo ello mientras lo deconstruye y nos lo presenta en su escencia más pura, muy similar a como lo hiciera John Ford en su concluyente obra The Man Who Shot Liberty Valance, película que Mann ha citado repetidamente como una de sus mayores influencias temáticas y estilísticas.
Como en Liberty Valance, y al igual que en otros trabajos suyos comoAli, The Last of the Mohicans y hasta la propia Heat, Public Enemies es otra película sobre cómo el tiempo, la geografía y la percepción pública dan forma a la creación de un personaje mítico.
Eligiendo a una estrella tan carismática como Johnny Depp, Mann mitologiza a John Dillinger, el último gran bandido “independiente” antes de que el crimen organizado se convirtiera en otra gran corporación sin rostro. Lo pone en pantalla como una figura trágica, como una figura -el gangster- tan representativa de la cultura norteamericana como el mismo cowboy.
Como sucede en las grandes historias donde los antihéroes son romantizados al punto de convertirse en héroes, Mann nos presenta a hombres como Frank Nitti como los verdaderos villanos, individuos que buscaban blanquear el crímen escondiéndolo detrás de operaciones legítimas. Haciendo esto, personajes como Dillinger se convertían en las víctimas de este cambio de modelo de negocio, al hacer desaparecer al gangster como operador individual anónimo con un código moral bien definido, y colocando en su lugar a la gran corporación anónima que sólo busca lucrar a toda costa. Dillinger es visto como un tipo de criminal “superior”, porque es un iconoclasta que trabaja según sus propias reglas y no las de un nuevo orden de criminal sin personalidad ni “ética”.
En plena época de la gran depresión, John Dillinger se convirtió en un símbolo de transgresión y no conformismo. Figuras como él se aprovecharon de la animadversión de la gente hacia las instituciones bancarias que apenas cuatro años antes se habían llevado de encuentro el fruto toda una vida de trabajo, y con cada golpe o con cada escape de prisión, la aprobación del público hacia un hombre que se atrevía a desafiar a un sistema más corrupto que él crecía.
Public Enemies es una despedida melancólica a este tipo de criminal, y para hacerlo, Michael Mann sigue a su manera el patrón de las grandes películas de gangsters de los años 40, primero elevando al personaje a un status casi de Dios, pero luego ir mostrando paulatinamente su descenso en influencia, poder, hasta finalmente verse sólo y traicionado por los que una vez fueran sus amigos y aliados.
Como suele suceder a todo esteticista dedicado, Mann a veces sufre de que en lugar de que su intención estilística [recientemente el uso del video HD en lugar de celuloide] se funda visualmente sin distraer ni llamar la atención a sí misma, el resultado es el contrario, y el espectador se concentra en el cómo y no el qué. A Tim Burton, por ejemplo, viene sucediéndole lo mismo desde hace unos años, y es que cuando un realizador alcanza crear un estilo tan distintivo, es imposible desasociarlo del mismo, y en el camino los detalles más sutiles terminan perdiéndose.
El uso del video HD podrá verse como un fetiche, pero aquí su uso es novedoso y apropiado. Como audiencia, ya tenemos una preconcepción de cómo debe verse este tipo de pieza de época. Estamos acostumbrados a ver eras como los años 30 a través del prisma del filme, aquí Mann intenta destruir esa preconcepción y mostrarnos este mundo con una nueva visión estética. Aquí caemos en cuestión de preferencias personales, pero creo que el video tiene un uso primordial: nos hace ver hechos históricos de forma más vívida, pero también más misteriosa por una razón – en este caso, el video HD no se parece a nada que hayamos visto antes. El atrevimiento de Mann es tal, que lo que se propone hacer es una especie de redescubrimiento y redefinición de la imagen, una imagen a priori conocida e identificable, pero que a partir de ahora veremos como nueva. Un ejemplo es el tiroteo en el bosque: la noche y la oscuridad nunca se habían visto -aunque suene contradictorio- tan brillante y luminosa. Estamos viendo a estos hombres y mujeres de otra época no como parte de una realidad lejana, ajena a nuestra propia experiencia, sino como algo que sucede aquí y ahora frente a nosotros.
Hacia el final, hay una escena importantísima, quizás la más importante de toda la película, sacada literalmente de la historia real del personaje. En ella, Dillinger se encuentra en el Biograph Theatre de Chicago viendo la película Manhattan Melodrama, protagonizada por Clark Gable, William Powell y Myrna Loy. Michael Mann estructura los primeros dos tercios de la película como preparación para la llegada de esta escena. Hasta este momento, el personaje se había mantenido remoto y enigmático, tan difícil de leer y de descifrar como una de las cajas fuertes que robaba. Este es otro punto a destacar y que muchos detractores utilizaron para atacar la película, ¿cuál es el punto de tomar a un personaje tan carismático y hacer que el actor más carismático de todos lo encarne de forma tan fría y lejana? Así como Mann se propone redescubrir la imagen de la época, también se propone desafiar la imagen que tenemos de los mitos creados por el boca a boca y por los medios de comunicación, algo muy similar a lo que hiciera Andrew Dominik en otra película extraordinaria como The Assassination of Jesse James hace dos años.
En el Hollywood de aquel entonces, había dos clases de películas de gangster: las de Warner Brothers y las de la MGM. Manhattan Melodrama era una película de MGM, que a diferencia de las de Warner que tomaban un enfoque más realista y oscuro, se enfocaba en el glamour y la opulencia en la que vivían los gangters y sus dames.
Mientras ve la película, Dillinger entiende dos cosas: primero, que jamás será como Blackie, el gangster interpretado por Clark Gable. La escena sirve como un anti-espejo en el que Dillinger no se ve reflejado, y entiende que aunque Blackie y él pertenecen al mismo mundo, jamás serán iguales. Lo único que los une y los afinca es una mujer, en este caso Myrna Loy [en la cual el personaje de Marion Cotillard está obviamente moldeado], y segundo, sirve para que tenga el obligatorio momento de claridad mental que tienen todos los antihéroes de las películas de gangster y cine negro: el criminal vive en tiempo prestado, y el suyo ya se agota.
La manera en la que Mann establece ese momento, desde la sensible interpretación de Johnny Depp a la labor de edición, es absolutamente sensacional, el trabajo de un maestro en total control de sus poderes como realizador cinematográfico.
Pero momentos tan inspirados como ese encontramos desde el principio, partiendo con el escape de prisión que abre la película con una contundencia y una fuerza inusitadas, el cual concluye con otro momento de importancia vital, en el que Dillinger se encuentra cara a cara con la muerte, más cercana que nunca. Mann utiliza el tema de la mortalidad y su presencia casi fantasmal para los hombres como Dillinger, creando con ello un arco narrativo que se cerrará triunfalmente con la secuencia en el cine Biograph.
Goodbye, Blackie.
Utilizando de manera ejemplar la técnica del montaje, Mann nos regala una escena donde corta intermitentemente entre el rostro de Marion Cotillard, más bella y frágil que nunca, con el de Myrna Loy en Manhattan Melodrama, logrando crear nuevamente un paralelismo que resalta las similitudes entre ambas realidades. Aquí, director e intérpretes se lucen, demostrando sólo con una serie de miradas y reacciones a dos hombres, Blackie y Dilliger, y dos mujeres, Eleanor y Billie, que se encuentran perdidos en el mundo, sólos y llegando a la terrible conclusión de que lo han perdido todo.
Public Enemies opera en dos niveles, es a la vez una oda a un tiempo pasado de la historia reciente de una nación, a los hombres que forjaron parte del carácter que hoy conocemos como norteamericano, pero también es una visión moderna y un comentario urgente sobre la corrupción burocrática, el crimen organizado en complicidad con las autoridades, una meditación renovada sobre la mentada “guerra contra el terror”, que no es más que un show en el que se persiguien figuras que al momento de su captura ya no tienen la relevancia de antaño.
Michael Mann juega con un género y con nuestras expectativas de lo que podía hacer con él, dejando en el aire a los que estaban esperando que su película fuese un blockbuster veraniego de persecusiones y disparos, centrada en una actuación estrambótica de una estrella dada a darlas. En su lugar nos encontramos con una película de tesis, meditativa, contemplativa, la sumatoria de todas las obsesiones de un autor, uno de los más importantes de la cinematografía moderna.
Una película ignorada a la que el tiempo dará su justo lugar. De lo mejor del 2009.
Jenny, la encantadora protagonista de An Education, encarnada por Carey Mulligan, es la clase de personaje que actrices como Katharine Hepburn, Jean Arthur, Priscilla Lane y [más que ninguna otra] Audrey Hepburn convirtieron en un arquetipo.
Las comparaciones que han generado el personaje de Jenny y la propia Carey Mulligan con la persona [tanto dentro como fuera de la pantalla] de Audrey Hepburn en particular, no son gratuitas. El hecho de que Hepburn creó EL prototipo de la heroína/ingénue testaruda pero adorable, vulnerable pero feroz, inocente pero vivaz, con ganas de comerse el mundo y llevarse todo por delante pero a la vez aterrorizada de ello, la elevó a ser el mito que es hoy, el ícono de referencia imperdurable que trascendió al propio celuloide. Su calidez, el aura de inocencia y sofisticación que irradiaba se mantienen inigualadas, pero cada cierto tiempo, y con la complicidad de la prensa que siempre se ha empeñado en encontrar el o la “próxima ___________”, aparece un intérprete que es capaz de transmitir, ya sea intencionalmente o no, algo muy similar.
Jenny vive en Londres junto a sus padres, tiene 16 años, y el año es 1961. Ni hablar de revolución sexual [eso sí, el Londres de los “Swingin’ Sixties” estaba a la vuelta de la esquina], y mucho menos de la feminista [también en camino], así que para su futuro inmediato, Jenny tiene dos opciones: encontrar un buen hombre con quien casarse, o seguir la voluntad de su padre y entrar a Oxford, lo que también eventualmente se traducirá en encontrar un buen partido.
En su mirada y sonrisa – como Hepburn en películas como Roman Holiday,Sabrina y Funny Face– Carey Mulligan y su Jenny demuestran una madurez y una inteligencia más allá de su edad biológica. Los muchachos de su edad y la escuela le aburren terriblemente. Prefiere escuchar discos de Juliette Bréco y soñar con París y películas francesas a estudiar latín y pensar en Oxford, por lo que cuando llega a su vida un hombre que le ofrece todo lo que tanto anhela, incluyendo vivir una vida adulta a sus 16 años, su vida da un giro absoluto.
An Education es una historia simple contada de una manera simple, pero con dinamismo, elegancia y un exquisito sentido de ritmo narrativo. Esto gracias a dos cosas: primero su directora, la danesa Lone Scherfig emulando en partes iguales el desenfado de la nouvelle vague francesa y el espíritu del cine inglés de los 60 [ver Darling de John Schlesinger y The Knack…and How to Get It de Richard Lester], y segundo, a uno de los mejores guiones del año, autoría de Nick Hornby, el mismo creador de la base literaria de dos comedias tan sofisticadas como brillantes comoAbout a Boy y High Fidelity.
La cinta comparte con aquellos dos trabajos de Hornby la presencia de un protagonista brillante, que utiliza la música, la literatura y el arte en general para definirse a sí mismo, pero sobre todo para definir la manera en que desea que la sociedad lo perciba - “I LOVE the Pre-Raphaelites!” exclama Jenny en una escena.
Sin restar méritos a Scherfig, más que de dirección, el éxito de películas character-driven como An Education recae en personajes como Jenny, una presencia brillantemente delineada, escrita e interpretada, quien representa a la perfección las contradicciones de la juventud y el deseo de crecer y madurar a la fuerza: a sus 16 años, Jenny es una chica de mundo pero sin experiencia, con mucho temple, pero a pesar de ello es un pez fuera del agua dentro del mundo en que creció y del que comienza a conocer, inteligente más allá de sus años pero no sabia. Como dice en una escena importantísima para demostrarnos su transformación de niña a cuasi-mujer, “I feel old, but not very wise.”
Jenny anhela crecer más que cualquier otra cosa en el mundo, lo que Hornby aprovecha en su guión para hacer una meditación salpicada del mejor y más punzante wit del sentido del humor inglés, mostrándonos que el hombre que la “educará” más allá de los libros es uno que a pesar de doblarle la edad, mentalmente se niega a dejar de ser un niño hedonista. An Educaction es la historia de una niña que quiere convertirse en mujer lo más pronto posible, y de un hombre que por fin encontró a quien no lo haga sentirse culpable de actuar y pensar como niño.
David, interpretado por Peter Saarsgard, es un personaje que se niega a enfrentar las responsabilidades de la vida adulta, y encuentra en sus amigos tan aéreos como él – y ahora en Jenny – el escape perfecto para encontrar validación en permitirse caprichos que van desde irse a París un fin de semana, o tratar el cortejo de una muchacha 20 años menor que él como un juego. Más que de la propia Jenny, David está enamorado de la persona en que él mismo se convierte cuando está junto a ella. En un momento, fascinado por la sed de conocimiento de Jenny, dice “Isn't it wonderful to find ayoung person who wants to know things?”. Esto para nada es Lolita, es un romance destructivo, pero no en esas dimensiones.
El grupo de interpretaciones es extraordinario, encabezado por Carey Mulligan en la actuación femenina del año. Las otras dos actuaciones más destacables del conjunto pertenecen a Olivia Williams, en un personaje que parece una variación [aún más reprimida] de su inolvidable Miss Cross de Rushmore, y Rosamund Pike, más bella que nunca, y quien parece un clon de la Catherine Denueve de los años 60, haciendo la mejor versión de la “dumb blonde” que he visto en mucho tiempo. Estos dos personajes en particular son importantes porque sirven para representar las dos variaciones de la misma mujer en la que Jenny puede convertirse dependiendo de las elecciones que tome en este momento de su vida – los libros y el intelectualismo, o la falsa excitación de la high life de carreras de caballos, subastas y nightclubs londinenses.
La atracción de Jenny hacia un hombre como David al principio podría parecer problemática, pero no es sólo poner nuestras mentes en el contexto del papel de la mujer en los años 60, en comprender el deseo de escalar socialmente a un estrato más deseable; es también el entender que An Education es una observación sobre la fragilidad y la vulnerabilidad de una joven en la época en que comienza a descubrirse a sí misma, el momento en que es más complicado distinguir lo real de lo ilusorio, cuando lo único que se desea es un futuro alejado de lo ordinario y lo aburrido que se ha conocido hasta ese momento.
Además de todo lo anterior, An Education es también una historia sobre nuestra curiosidad innata como seres humanos, especialmente durante nuestra juventud, sobre la importancia de encontrar “una educación” en todas nuestras experiencias, dejándonos la pregunta eterna de que si la que se encuentra en los libros y los salones de clase es la que verdaderamente cuenta.
An Education es una de las mejores películas del año 2009.
On the Rebound–Floyd Cramer
You've Got Me Wrapped Around Your Little Finger – Beth Rowley
Kathryn Bigelow y James Cameron durante el rodaje deStrange Days.
Escogí la peor semana para ausentarme. En menos de cinco días anunciaron sus Top 10 desde Ebert hasta Manohla Dargis, nominaciones de los Golden Globes y SAG, y premios de los críticos de New York, Los Angeles, Chicago y Boston. Como la mentalidad de ganado y el deseo de parecerse al Oscar es una maldición de la que ni los propios críticos [sobre todo los norteamericanos] se escapan, ya hay constantes que se repiten una y otra vez: The Hurt Locker y Kathryn Bigelow [¡sí!], Up in the Air [bien], Carey Mulligan por An Education [¡sí!], Meryl Streep por Julie & Julia, George Clooney por Up in the Air, Jeff Bridges por Crazy Heart [¡sí!], Mo’Nique por Precious [horror], y Christoph Waltz por Inglorious Basterds [¡sí!].
Pero la batalla más interesante será la de los exes visionarios. Si existe la justicia, esta batalla terminó antes de comenzar, con Kathryn Bigelow como triunfadora.
Por otro lado, esta semana fue una carrera de resistencia: soportar un frío de hasta –13 grados, 7 pulgadas de nieve, 14 películas y 1 obra de teatro en 8 días, y eso sin contar todas las otras actividades no fílmicas.
Desde ya puedo decir que los puntos más altos fueron Fantastic Mr. Fox, An Education y A Serious/Single Man; los más bajos Invictus y Nine. Con Avatar todavía no decido lo que fue, pero punto alto definitivamente no.
Frank Sinatra, Gene Kelly y Jules Munshin no se equivocan en On the Town de Stanley Donen cuando dicen que Nueva York es la mejor ciudad del mundo.
Aunque la ciudad tiene una cara totalmente diferente para cada estación, a pesar del intimidante frío, estoy convencido que estas fechas son la época perfecta para visitarla, para verla con su rostro más hermoso y cuando más tiene que ofrecer a quien la visita.
A partir de hoy, este blog entra en una breve pausa, pero al regreso, esperen comentarios de todo lo que habré visto por allá, incluyendo An Educaction, Up in the Air, Nine, A Single Man, A Serious Man, Fantastic Mr. Fox, Avatar y otras más. También comentarios sobre el revival en Broadway del musical A Little Night Music protagonizado por Catherine Zeta Jones y Angela Lansbury, y si la suerte me sonríe y logro conseguir entradas, también de la producción de la compañía de teatro de Sidney deA Streetcar Named Desire, encabezada nada menos que por Cate Blanchett haciendo de Blanche Dubois.
Para seguir mis aventuras -fílmicas y no- por la ciudad, pasen por aquí.
“It was strange the audience was booing…I’ve been waiting for that for a long time!” – Lars von Trier.
Abucheos en Cannes, vómitos en Toronto, convulciones y desmayos en Nueva York. Esas han sido algunas de las reacciones del público en los festivales en los que se ha presentado Antichrist, el nuevo trabajo del provocateur extraordinaire danés Lars von Trier.
Llegué a Cannes tres días después de su presentación, pero hasta los choferes de autobuses [en Cannes TODO el mundo es cinéfilo] no hablaban de otra cosa. De todas las ocasiones en que von Trier había visitado la Croisette, ninguna había provocado reacciones tan fuertes.
En la infame rueda de prensa luego de la primera presentación, la cual muchos llamaron más entretenida que la misma película, un periodista inglés exigió indignado a von Trier que explicara qué lo había compelido a hacer una película tan reprensible. ¿Su respuesta? “Soy el mejor director del mundo.”
Además de los cuestionamientos por sus alegadamente gratuitas escenas de mutilaciones sangrientas y sexo explícito, la principal fuente de ataques hacia Antichrist es precisamente la misma que von Trier viene arrastrando desde que sorprendiera en el mismo Cannes con Breaking the Waves: su rampante misoginia.
Todas sus películas desde entonces se centran en un personaje femenino que deberá sufrir lo indecible, someterse a toda clase de humillaciones y maltratos, todo para alcanzar su redención y la de sus semejantes en un mundo cruel que se aprovecha de los más débiles. Desde Bjork en la genial Dancer in the Darka Nicole Kidman en Dogville, sus heroínas han debido enfrentarse, frente y detrás de cámara, a todos los infortunios que el terrible von Trier pone en sus caminos.
Luego de trabajar con él, Bjork juró que jamás haría otra película, Catherine Deneuve se niega a hablar de su experiencia en Dancer in the Dark, Patricia Clarkson dijo que era un hombre perturbado con serios trastornos mentales, y Nicole Kidman se va por las ramas de la diplomacia cuando se le pregunta por qué no quiso trabajar nuevamente junto a él en Manderlay, secuela de Dogville. Se habla de que su propia esposa salió llorando desconsolada del estreno deDogville en Cannes al sentirse demasiado identificada con en el personaje interpretado por Nicole Kidman.
Y como von Trier es un contestatario nato, Antichrist podría verse como una especie de [retrasada] respuesta a esas acusaciones. Más que misógina, se puede decir que Antichrist es una película sobre la misoginia, pero en el transcurso es imposible no notar a un realizador demasiado entusiasmado con su tema.
“La naturaleza es la iglesia de Satanás” dice el personaje de Charlotte Gainsbourg o su marido, interpretado por Willem Dafoe, en una escena. Esa naturaleza incluyendo también al cuerpo humano. Naturaleza y hombre [o mujer, en este caso] son uno.
Según el postulado de von Trier, Dios, o una fuerza superior positiva, nos crea, y luego nos suelta en el campo de juego controlado por la fuerza superior negativa opuesta. Como ineludiblemente pasamos a formar parte de esa naturaleza maligna, el libre albedrío no existe y todos terminamos siendo piezas de juego de ese ser maligno dentro de su “iglesia”.
El personaje de Gainsbourg, quien al igual que el de Dafoe no tiene nombre, se dedicó a escribir una tesis llamada “Gynocide” sobre este tema, basándose en el sufrimiento de la mujer a través de los siglos, pero al parecer, este sufrimiento no es del todo inmerecido. “La naturaleza provoca a la mujer a cometer actos terribles”, dice en otra escena.
Luego de la muerte accidental del hijo de ambos y pasar un mes confinada a un hospital psiquiátrico, el personaje de Dafoe, quien es psiquiatra terapeuta, propone que se marchen a la cabaña en el campo en la cual trabajó en su tesis. Este lugar, al que llamán Edén [primera alegoría cristiana], por alguna razón genera un terror paralizante al personaje de Gainsbourg. Dafoe piensa que la mejor manera de salir de su crisis emocional es enfrentando ese miedo en una serie de prácticas psiquiátricas supuestamente revolucionarias que terminan convirtiéndose en un juego perverso, en una especie de “sexorcismo”.
Antichrist es una película tan audaz y provocadora, tan la obra de un autor absolutamente entregado a una idea y una visión, que a primera vista es imposible no sentir respeto y admiración por ella. Pero a la vez, la idea central es tan disparatada y reduccionista, tan obvia en el sentido de ser exactamente lo que sus detractores esperarían como respuesta de un director acusado de sádico, misógino y perturbado, que es imposible tomarse todo lo que sucede en ella en serio y no verlo caer en la autoparodia. Cuando alguien se toma lo que está diciento con tal seriedad, sin el menor atisbo de ironía, es casi un hecho que caerá en momentos de hilaridad no intencional, como la ya infame escena en la que un zorro literalmente dice “Chaos Reigns!”.
El caos debe reinar para que el personaje de Dafoe, arrogante, y quien demuestra repetidamente que ve a su esposa como alguien inferior a él, entienda que sólo abrazando la irracionalidad de su mujer podrá sobrevivir en este mundo sin reglas en el que von Trier los ha colocado.
A través de sus estudios, el personaje de Gainsbourg termina internalizando toda una historia de cómo la mujer ha sido subyugada por el hombre a través de los tiempos, y con ello se convierte en la representación misma del mal que criticó en su tesis - una mujer castrante [¡literalmente!], histérica, que sólo es capaz de manifestarse a través de un deseo sexual enfermizo y destructivo, con el que von Trier se da gusto mostrando todo. Y así pretende que dejen de llamarlo misógino.
La alegoría religiosa es extensa, desde contratar a un actor como Dafoe que ya había interpretado a Jesucristo, al que en una escena vemos en un sepulcro con todo y piedra en la puerta y del cual sale resucitado, hasta la presencia de tres seres que es fácil deducir representan a los tres reyes magos, pero que en lugar de llegar a celebrar una nueva vida, llegan a anunciar la muerte literal y simbólica.
Lars von Trier ha sido comparado con Michael Haneke por mucho tiempo, las similitudes entre ambos son innegables. La diferencia principal entre ambos estriba en que aunque ambos exploran ideas muy afines en su cine, Haneke las presenta de forma mucho más compleja y madura, integradas de forma orgánica en su estructura narrativa, mientras von Trier a veces parece mucho más interesado en lanzar ideas e imagenes chocantes para provocar una reacción visceral en el espectador, ser chocante y provocador porque sí.
Von Trier se vanagloria de ser un provocateur, un revolucionario, el “mejor director del mundo” como dijo en Cannes, pero hay una diferencia abismal entre negarse a sucumbir por una convicción personal a los convencionalismos tanto morales como cinematográficos, y hacerlo sólo para conseguir notoriedad y dar de qué hablar.
En su subtexto, como todo el cine de von Trier, Antichrist es una película temáticamente rica, pero que para hallar esa riqueza demanda mucho, muchísimo de su audiencia. Lars von Trier se dispara a sí mismo en el pie desincentivando una lectura más profunda al crear una obra que más que una disertación seria, parece hecha con el propósito único de provocar, de transgredir, pero provocar horror y rechazo no es lo mismo que provocar reflexión.
El National Board of Review tiene la peculiar característica de que ni es un board, ni sus miembros escriben reviews.
No es más que otra organización con una membresía a la que nadie conoce, que según los rumores sobrevive gracias a las “donaciones” de los estudios, pero que gracias a la tradición de años de anunciar su top 10 la primera semana de diciembre se ha colocado como el evento que marca el inicio formal de la temporada de premiaciones.
Más que el honor de ganar su premio a la mejor película, el cual es insignificante, lo importante es simplemente aparecer en su top 10, el primer termómetro que nos indica quiénes son las verdaderas candidatas después de meses de especulación.
El anuncio será en algún momento de la tarde de hoy, pero desde ya pueden contar con la segura presencia de An Education, Inglorious Basterds, Nine, The Hurt Locker, Up in the Air, Precious, Invictus y Up. Los otros dos puestos se lo pelean A Single Man, A Serious Man, The Lovely Bones, Bright Star, The Last Station y The Road.
Me lanzo a decir que el premio está entre Up in the Air y Precious.
Das Weisse Band, Los Abrazos Rotos o Un Prophète ganan Mejor Película Extranjera.
**Actualización: Hace unos minutos acaban de anunciar los ganadores, y hay varias sorpresas.
Ignoraron a Nine, The Lovely Bones y especialmente a Precious [¡si!]; revivieron a Where the Wild Things Are; 500 Days of Summer está en el juego [¡si!]; reconocen a Star Trek [¡si!]; The Messenger es una película a la que hay que poner atención, especialmente las actuaciones de Woody Harrelson, Ben Foster y a Samantha Morton; el ascenso al trono de las dos ingénues del año, Carey Mulligan por An Education y Anna Kendrick por Up in the Air comienza aquí; Up in the Air arrasará con todo este año.
Los ganadores:
Mejor Película: Up in the Air, dirigida por Jason Reitman
Mejor Director: Clint Eastwood por Invictus
Mejor Actor: ex aequo, George Clooney por Up in the Air y Morgan Freeman por Invictus
Mejor Actríz: Carey Mulligan por An Education
Mejor Actor Secundario: Woody Harrelson por The Messenger
Mejor Acríz Secundaria: Anna Kendrick por Up in the Air
Mejor Película Extranjera:Un Prophète [Francia], dirigida por Jacques Audiard
Mejor Documental:The Cove
Mejor Película Animada: Up
Mejor Elenco:It’s Complicated
Actuación Breakthrough Masculina: Jeremy Renner por The Hurt Locker
Actuación Breakthrough Femenina: Gabourey Sidibe por Precious
Premio “Spotlight” a la Mejor Opera Prima: Duncan Jones por Moon, Oren Moverman por The Messenger, y Marc Webb por 500 Days of Summer
Mejor Guión Original: Ethan y Joel Coen por A Serious Man
Mejor Guión Adaptado: Jason Reitman y Sheldon Turner por Up in the Air
Premio Especial: Wes Anderson por The Fantastic Mr. Fox
Top 10 [en orden alfabético]
An Education
500 Days of Summer
The Hurt Locker
Inglorious Basterds
Invictus
The Messenger
A Serious Man
Star Trek
Up
Where the Wild Things Are
Mejores Películas Extranjeras
La Nana [Chile]
Revanche [Austria]
The Song of Sparrows [Alemania]
Three Monkeys [Turquía]
Das Weisse Band [Alemania]
Mejores Documentales
Burma VJ: Reporting From a Closed Country
Crude
Food, Inc.
Good Hair
The Most Dangerous Man in America: Daniel Ellsberg and the Pentagon Papers
¿De dónde proviene la atracción ineludible hacia las historias de miseria y sufrimiento?
Con Precious, su segundo largometraje, Lee Daniels nos ofrece una respuesta definitiva y absolutamente concluyente: pobre Precious, pero qué bien se siente noser ella.
Las películas de “misery porn” son tantas y con características tan similares, que bien podrían considerarse ya como un subgénero, el cual no es más que llevar al paroxismo la idea central de las clásicas historias en las que el héroe pobre y abatido desafiaba todas las adversidades y salía triunfante. Para ejemplo sólo hay que mirar a Oliver Twist de Charles Dickens, el mismo Pinocho, o Jamal, el héroe de Slumdog Millionaire, una película con la que Precious comparte un par de problemas.
El sufrimiento de esos personajes es risible cuando se compara con el de nuestra heroína, Claireece “Precious” Jones: pobre, obesa, analfabeta, sin amigos, y con la encarnación del mismo Lucifer como madre, quien la maltrata mental y físicamente de la forma más horrible que se pueda imaginar. Agregue a todo lo anterior que ahora se encuentra embarazada por segunda ocasión de su padre VIH positivo. Esta segunda criatura se une a su hija-hermana, la cual encima padece del Síndrome de Down y a la que inocentemente llama “Mongo”.
¿Creen que la pobre Precious puede soportar más? Pues sí, y Lee Daniels nos lo va a demostrar con lujo de detalles.
Luego de irrumpir con resonante éxito en el Festival de Cine de Sundance, dos mercaderes oportunistas, proveedores de “cultura pop afroamericana” como la colmadera banileja Oprah Winfrey y el infame Tyler Perry, vieron en Precious la oportunidad de oro para recolectar dinero y premios por igual. Para ello se ofrecieron a participar como productores ejecutivos de la cinta, aún sin haber participado ni creativa ni monetariamente en su realización. No sólo eso, también -y cito libremente al crítico afroamericano Armond White- la vieron como vehículo demagogo para resaltar sus logros como figuras afroamericanas paradigmáticas de éxito, y contrastarlas con el infortunio de Precious y sus compartes.
Precious es un ejercicio descarado y reprensible de hasta donde se puede llegar para manipular las emociones de una audiencia. Sin ningún tacto, Lee Daniels presenta lo peor de la miseria humana para generar suspiros de horror y compasión que inevitablemente, se quiera aceptar o no, vienen acompañados luego de un ganado sentido de superioridad por encima de “esa gente”, y algo más peligroso aún, la reafirmación de que los prejuicios que se tienen en su contra no son totalmente infundados.
El infierno que es la vida de Precious, Daniels lo convierte en una especie de juego ridículo en el que trata de demostrarnos que aunque todo va mal, puede ir aún peor. Precious es una figura sacada por las greñas del canon de Robert Bresson, comparable casi con Cristo, que estoicamente puede soportarlo todo, y transformar su sufrimiento en una catarsis trascendental para quien lo ve. El espectador que descaradamente persigue este tipo de cine es el “opresor” hombre blanco de clase media-media alta, que con la culpa y remordimiento que le provoca conocer historias como esta, además de la experiencia de haber “vivido” por un par de horas en su mundo, siente haber atenuado en parte todo el mal que sus antepasados han perpetrado contra todas las Precious del mundo. La explotación más cínica del white guilt.
Daniels es un amateur que sólo busca provocar nuestros sentimientos más bajos de la misma forma que cualquier película porno. Lo hace con situaciones tan increíbles, que más que horror, son fuente de hilaridad no intencional. No basta con que Mary -la demoníaca madre interpretada por la segura ganadora del Oscar Mo’Nique- tire al suelo a su nieto recién nacido, qué tal si también le lanza un objeto de cristal a su hija, la eche de la casa y la haga caer por las escaleras recién nacido en brazos, para culminar arrojándole un televisor [su único compañero] desde lo alto.
Aquí el asunto es regodearse en secuencias del más grotesco mal gusto y explotarlo sin aportar ningún tipo de contexto, ni ofrecer comentario o reflexión alguna. En una de las escenas que más ponen a prueba nuestra credulidad, la muy culta y apreciadora del buen arte Mary se encuentra viendo nada más y nada menos que La Ciociara en la televisión. A veces es bueno dejar la televisión chatarra y sentarse a disfrutar del buen cine. Mientras devora las patas de puerco hervidas que Mary le ordena comerse, Precious fantasea con que su madre fuese tan benevolente como Sophia Loren en la película de Vittorio de Sica. Su realidad es tan terrible, que hasta el hambre y los horrores de una película neorrealista italiana son preferibles a su día a día.
La tan cacareada actuación de la comediante Mo’Nique como la peor madre de la historia desde Joan Crawford en Mommie Dearest no alcanza las alturas que merece, simplemente porque Lee Daniels y el guión con que trabaja nunca nos ofrecen una mirada sincera sobre el personaje. Nunca sabemos quién es verdaderamente esta mujer, de dónde viene, y qué la hizo convertirse en un monstruo. Daniels y su historia no se merecen el enorme compromiso de unos intérpretes que lo dan todo por nada.
En su lugar, de lo que sí se ocupa es de cuestiones obviamente más importantes para él, como sus vergonzosos paralelos visuales, de cortar una escena de violación con un plano de dos huevos fritos. Ni hablar de las ineptas secuencias de fantasía en la que Precious sueña con ser famosa y caminar por la alfombra roja, ser rubia y delgada, y lo más importante, tener un novio de una tez más clara que ella.
Este detalle en particular es curioso, porque a juzgar por la forma esquemática en la que Daniels presenta a sus personajes negros, mientras más clara la tez, como la de la maestra celestial Blu Rain [¡por favor!] o la trabajadora social interpretada por Mariah Carey [créalo o no, la mejor interpretación de todo el conjunto], más grande es el corazón del personaje y su compasión hacia Precious.
La película está siendo vendida como una mirada sin filtros a un problema social importante, yendo desde la situación del sistema educativo norteamericano, que al parecer no ha cambiado mucho en casi 30 años, hasta la realidad de los que viven bajo el amparo del Welfare, pero al final Precious no es más que una visión abyecta, insultante, escandalosa e irresponsable de una problemática que merece mayor respeto y seriedad.
Los problemas sociales se abordan presentando argumentos mucho más válidos que mostrando a alguien robándose un cubo de pollo frito porque tiene hambre. El objetivo debe ser ilustrar, dejar a la audiencia con una idea más clara de ellos, no simplemente ofrecer situaciones hechas con el propósito expreso de provocar sentimientos de culpa y horror sin crear conciencia de por qué ocurren.
Avergonzados deberían sentirse todos los involucrados. Spike Lee debería torturarlos al estilo de A Clockwork Orange, obligándolos a ver su Bamboozled en repetición infinita.
Afortunadamente para ellos, no hay vergüenza alguna que el reconocimiento de una industria que vive por este tipo de historias “inspiradoras” y su consiguiente lluvia de premios Oscar no puedan limpiar.