La historia del musical, tanto en los escenarios de Broadway como en Hollywood, debe dividirse en antes y después de Bob Fosse.
En el caso de Hollywood, del clasicismo que impusieron maestros como Vincente Minnelli y Stanley Donen, pasando por la enorme influencia creativa que intérpretes como Fred Astaire tenían sobre las producciones que protagonizaban, Bob Fosse vino a romper con todos los parámetros impuestos hasta ese momento.
Fred Astaire decía que durante un número musical, el intérprete debía mostrarse en todo momento de los pies a la cabeza, sin primeros planos, pocos planos medios, y sin cortes, pues la edición debía realizarla el propio espectador con sus ojos. La única labor de la cámara era seguir –preferiblemente en una sóla toma– los movimientos de las figuras frente a ella.
Obsérvese el siguiente ejemplo: el propio Fred Astaire en Blue Skies, durante el número músical que muchos consideran como uno de los mejores jamás filmados:
Y más o menos así se hizo por años hasta la llegada de Bob Fosse, quién revolucionó la forma en que se veía el musical con dos elementos: movimiento y montaje.
Obsérvese ahora este ejemplo de Sweet Charity, su debut cinematográfico que coincidencialmente está basado una película de Fellini, Le Notti de Cabiria. Cualquier parecido con Chicago no es pura coincidencia:
Del estatismo visual y la imagen limpia e inocente de Fred Astaire y Ginger Rogers, Bob Fosse mostró el baile como un ejercicio sexual, erótico, donde el movimiento, tanto de la cámara como de los bailarines, podía adquirir el significado que el autor deseara. Bob Fosse entendía mejor que nadie aquella máxima de Sergei Einsenstein de que el montaje es el ejercicio de transformación de la imagen a través de cortes y sucesiones.
¿Y para qué toda esa introducción? Para tratar de entender de dónde viene Rob Marhsall y por qué Nine es un intento fallido.
Con el resonante éxito de Chicago, una película que debe todo a Bob Fosse, las compararaciones de Marshall con este último prácticamente se escribieron sólas: desde el tratamiento del frame cinematografíco como un gran escenario, hasta las coreografías enérgicas, la edición entrecortada, y la fuerte carga erótica y de cinismo.
El famoso Principio de Peter, el que establece que una persona escalará peldaños en su vida profesional hasta alcanzar su nivel de incompetencia parece haberse cumplido con Marhsall, y Nine es la reafirmación de ello. Intentar emular a Fellini, así sea con un material que es una adaptación de una adaptación, es trabajo de ligas mayores.
Marshall empezó a mostrar sus costuras con la fracasada Memoirs of a Geisha, una película inerte, sin vida alguna, pero eso sí, exquisitamente decorada y retratada. En ella quedó demostrado que Marshall, quien fuera coreógrafo antes de entrar al mundo del cine, es un esteticista interesado más en el flash visual, en el estilo por encima de la sustancia, lo cual no es ningún pecado siempre y cuando sea hecho con algo de rigor.
En Nine, durante el peor número musical en una película que posee varios de dónde escoger, el personaje de Kate Hudson, periodista de la revista Vogue, canta las maravillas de Guido Contini, el director más emblemático del cine italiano. Mientras recitaba unas letras que causan pena ajena, repitiendo Guido-Guido-Guido una y otra vez, no podía dejar de pensar que aquel personaje ES Rob Marshall.
En esta canción, el personaje y el mismo Rob Marshall dejan a Guido Contini, quien no es más que la representación de Federico Fellini igual que lo fuera Marcello Mastroianni en 8½, reducido a un director de comerciales de turismo. Según declara el personaje de Hudson –quien a partir de ahora asumo es Rob Marshall– en la escena que abre la película: “el estilo es el nuevo orden.”
El personaje –y Marhsall, quien se toma esa declaración como estandarte para el resto de la película– remata esa afirmación cuando canta durante el número musical de marras que Guido Contini [y Fellini] captura la escencia del cine italiano: Fiats que recorren a toda velocidad las calles de Roma, hombres en trajes y lentes oscuros que fuman todo el día y mujeres con peinados altos sentadas en un café de Positano.
Sí, eso son Fellini y su cine para Rob Marshall, y he ahí la razón por la que Nine simplemente no funciona: un director impersonal dirigiendo la historia más personal de todas.
No sólo un director impersonal, es un director que toma como punto de partida un musical montado en un escenario, y lo transporta al cine sin sacarlo del escenario. Una película que se supone es una celebración del arte cinematográfico y sus creadores, pero que se encuentra irremediablemente confinada al teatro.
Para ser un supuesto creador desarrollado en las tablas de Broadway, Rob Marshall parece aterrado de la que ha sido la idea central del musical como género desde su génesis: que sus intérpretes irrumpan a cantar o bailar cuando la palabra hablada no basta para expresar lo que sienten. Para evitarlo, se ha inventado un recurso que funcionó con éxito en Chicago, pero que en el caso de la presente es una de las razones de su fracaso, que es que todos los números musicales tomen lugar en la imaginación de su protagonista, entrecortando entre el mundo real y el mundo musical imaginario.
En Chicago, un musical inspirado en el vaudeville, que todos sus números musicales tomaran lugar en un escenario de vaudeville y en la imaginación de una mujer que no veía la hora de subirse en un escenario y ser una estrella, era una idea genial y novedosa, pero queriendo extrapolar ese truco a un universo totalmente diferente, Marshall fracasa estrepitosamente. Evitando que el canto y el baile hablen por sí sólos, Marshall disfraza esos momentos con una edición excesiva y distrayente, sin dejar espacio ni tiempo a ninguno de estos dos mundos para desarrollarse correctamente. No hay una frase completa en este mundo musical imaginario que no sea interrumpida al menos dos veces con un regreso al real.
Todo lo anterior fuese peccata minuta [¡italiano!] si la esencia del personaje de Guido Contini/Anselimi, el corazón de esta historia, se hubiese respetado, pero no. De un sinvergüenza adorable, que como Mastroianni en 8½ camina por los pasillos dando brinquitos esquivando sus problemas, Guido Contini se transforma al servicio de Daniel Day Lewis en otra alma torturada, un tipo despreciable y sin atisbo de encanto, que en lugar de atraer a todas estas mujeres debería enviarlas huyendo aterradas.
El objetivo central debería ser presentar una visión de este hombre y la enorme carga emocional que pesa sobre sus hombros, cuya historia se basa en un llamado desesperado a todas sus musas para que lo visiten y lo inspiren en su peor momento de sequía creativa, pero esto sólo es una excusa para que [como en un proceso perfunctorio en el que se van tachando nombres de una lista] vayan apareciendo cada una de las mujeres de su vida –su esposa, su amante, su futura amante, su musa, su madre, su diseñadora de vestuario y una prostituta– y canten y bailen en su mente sin aportar nada. Este creo que es el primer musical en el que si se eliminara el 90% de sus números musicales, no cambiaría nada. Pocos de estos momentos sirven para avanzar la historia, todo lo contrario, terminan siendo una distracción.
En un momento, Guido hace a su diseñadora de vestuario interpretada por Judi Dench un comentario derogatorio sobre el Folies Bergère de París. A partir de ese simple comentario se monta todo un número musical que, aunque magistralmente interpretado por Dench, no aporta absolutamente nada a la historia.
Como si fuera poco que casi todos los números musicales se sientan ajenos a la historia, Marshall los presenta sin imaginación alguna en el mismo escenario una y otra vez. Los lemas de esta película se supone que son BE ITALIAN! CINEMA ITALIANO!, pero de Italia y de cine nada. Imaginen la infinidad de posibilidades de montaje para una canción llamada My Husband Makes Movies o Be Italian. Nine es una sucesión de oportunidades desperdiciadas.
La que sale mejor librada de todo es Marion Cotillard, una actríz que se crece con cada rol, con un rostro y unos ojos que saben contener las lágrimas con una elegancia y estoicismo de actríz de cine mudo. Como Luisa, la esposa resignada interpretada por Anouk Aimee en 8½, el de Cotillard es el único personaje que trasciende el ser un recorte de un catálogo de Victoria's Secret.
Las demás, incluyendo a una desperdiciada Sophia Loren, lo único italiano en este entuerto tan italiano como un pizza hawaiana, hacen lo que la historia exige de ellas, verse hermosas, seductoras, y pasar de largo y sin trascendencia al servicio de un director que no sabe lo que está haciendo.
Para ver verdaderas historias sobre lo que significa el bloqueo creativo y la lucha de un artista por balancear vida y trabajo, sólo hay que acercarse a dos homenajes a Fellini y a 8½ hechos con clase y altura por directores con visión de CINE: All That Jazz del propio Bob Fosse, y Stardust Memories de Woody Allen.
Por mucho que se lo proponga, Rob Marshall NO es Bob Fosse y jamás lo será hasta que entienda que sin emoción como base, la impresión que causa una imagen perdura sólo hasta que aparece la siguiente.
*Si quieren escuchar la música de la película, vayan a este post que escribí hace unas semanas.
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5 comments:
no soy mucho de musicales. de hecho ni siquiera he visto los importantes, asi q hay trabajo pendiente. por otro lado encuentro insoportable chicago. aunque tenga referencias o tributos a otras películas le falta ese toque clásico que pertenece solo a los años 50s - 70s. por otrooo lado hay q darle su crédito, ya q es uno de los pocos que intenta hacer grandes musicales (con caras conocidas). supongo q si no se reinventa o intenta darle un giro como dices q hizo fosse, no hay mucho q esperar de él.
ojalá hablemos pronto por msn.
saludos.
pd: no vi 'avatar' y por decision personal no la veré. espero q no te desanimes y hagamos lo q teniamos ideado igual.
y sobre cotillard, yo ya me arrodille en 'public enemies', quisiera q hubiera estado más en cámara de lo que estuvo de hecho.
La colaboración aquella la haremos dentro de poco. En unos días te contacto para eso.
Hola Guido
Perdí tu link (por tanto cambio de template de mi blog), pero hoy, buscando algo sobre Nine, te reencontré.
Sin haber visto el filme -en México apenas se estrenará- me ha gustado mucho tu reseña, tan alejada de todas esas notas que o la descalifican sin argumentar o bien, parecieran haber sucumbido al encanto de las lentejuelas y los corsés.
Sobre el aspecto meramente musical, vi el número de Marion Cotillard “Take it all” y me gustó la fuerza, el desgarre y despecho con que lo interpreta; claro que no soy nada objetiva, yo a la Cotillard la adoro.
Saludos y un gusto reencontrarte
Gracias, Marichuy! Un placer verte por aquí.
Te puedo decir que tienes la razón, Take it All es el mejor momento de la película, y a la vez la prueba de la ineptitud de Rob Marshall.
Marion Cotillard está magistral en el mundo real y en el número musical con que se alterna, pero con su necedad de estar entrecortando entre las dos realidades, le quita impacto a la dos.
Por momentos te dan ganas de gritar YA DÉJALA CANTAR/HABLAR. Cuando la confrontación en el mundo real con Guido está alcanzando su mejor momento, CORTA y se va a la cantada, cuando la cantada está llegando a su climax, CORTA y se va a lo hablado. Ahí ya me dí por vencido.
Un saludo!
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