Jason Reitman se presenta como un observador, un comentarista social contemporáneo con una visión [para mi gusto] un tanto conservadora sobre temas como las relaciones de pareja, la familia, y el mundo laboral. Si esa es una apreciación errónea de mi parte, al menos esa es la conclusión inmediata a la que llevan los temas que elige y el tratamiento que les ha dado en sus tres largometrajes, especialmente en su anterior Juno
Dos directores a los que siempre se ha considerado como los máximos comentaristas sociales son Billy Wilder y Preston Sturges, dos nombres que he escuchado más de una vez en estos días con referencia a Reitman y su Up in the Air.
Preston Sturges era un humanista puro y duro, tal vez por eso injustamente su cine no tenga la vigencia del de Wilder en una era como la actual, donde el cinismo es la ley y cualquier cosa con dejo de sentimentalismo es descartada o denostada.
La trascendencia de Billy Wilder y de películas suyas como, por ejemplo, The Apartment, quizás la mejor comedia romántica que haya salido jamás de Hollywood, radica en que Wilder entendía que en el fondo una persona cínica, un pesimista, no era más que es un optimista bien informado. Hoy día, cinismo y misantropía parecen ser sinónimos, pero no lo eran para Wilder.
Por esa característica tan Wilderiana de hallar el encanto de sus personajes en ese cinismo y en sus fallas personales, es que algunos críticos se han empeñado en comparar a directores como Alexander Payne y ahora a Jason Reitman con Wilder, pero hay que guardar distancias.
Con la presente, Jason Reitman se atrave a navegar aguas más profundas, luego de apuntar por mucho y lograr muy poco con su exageradamente sobrevalorada y sobrepremiada Juno.
En Up in the Air, Jason Reitman nos muestra que los rostros de la recesión puede que ya no son los de los campesinos de The Grapes of Wrath o el de Mia Farrow en The Purple Rose of Cairo, pero que a pesar de ello, como seres humanos no hemos cambiado nada, las necesidades son las mismas, el instinto de supervivencia sigue siendo innato a la condición humana. La crisis actual, la peor para la economía nortemaericana desde la gran depresión, ha aumentado ese número de rostros exponencialmente.
El experto en enfrentar esas caras de desesperanza es Ryan Bingham, empleado estrella de una firma que las grandes corporaciones subcontratan para hacer el trabajo que ellas no se atreven: despedir a sus propios empleados. Bingham tiene la peculiaridad de que en el negocio de dar malas noticias, él es el maestro absoluto en disfrazarlas y hacerlas parecer una fuente de nuevas oportunidades para el que las recibe. Algunos se lo creen, otros saltan de un puente al entender que su vida profesional llegó a su fin.
Y así Bingham lo ha hecho por años, viajando de un extremo a otro de la unión norteamericana repartiendo esas malas noticias, estando ya a punto de lograr su mayor meta: acumular 10 millones de millas en su programa de viajero frecuente. Permanecer tanto tiempo literalmente en el aire y con un trabajo tan característico, uno que requiere más que nada crear una personalidad desprendida, alienada de su alrededor, ha convertido a Ryan Bingham en el prototipo del hermitaño del siglo XXI, un hombre rodeado de gente pero irremediablemente sólo, así sea por elección propia.
George Clooney es el principal activo con que cuenta Reitman para contar su historia, y si nos guiáramos exclusivamente por eso, Up in the Air fuera un éxito rotundo.
Clooney podrá no ser una presencia del agrado de muchos, pero aquí demuestra con creces por qué es la estrella Hollywoodense definitiva de este tiempo. Estrellas como Clooney son tan necesarias hoy como lo fueron Cary Grant o Humphrey Bogart en su época, dos actores a los que al igual que Clooney siempre se acusaba de interpretar variaciones de sí mismos.
Al igual que aquellos dos, lo que a Clooney le sobra en carisma y presencia, lo iguala en inteligencia y en su capacidad de jugar y manipular a su beneficio la imagen que el público percibe de él. Porque Ryan Bingham es George Clooney, y Up in the Air sirve como un ejercicio en el que Reitman y el mismo Clooney deconstruyen esa figura capa por capa.
Como Clooney ha admitido públicamente en innumerables ocasiones, al igual que él, Ryan Bingham huye del compromiso y las ataduras, y el enorme valor que da a su “independencia” [que en este caso es un eufemismo de otro eufemismo: soledad voluntaria] queda demostrado en la labor que realiza en su otro trabajo. En éste, Bingham se dedica también a dar malas noticias de otra manera - actuando como uno de esos conferencistas inspiracionales/gurús de auto-ayuda, los que invitan a las personas que asisten [la mayoría de ellas desesperadas por creer en algo, en lo que sea] a cortar sus ataduras con un discurso basado en viajar ligero con una mochila casi vacía, sólo con lo necesario para sobrevivir. Una metáfora un poco evidente para mi gusto, pero da igual.
Hasta ahí todo bien. Enfrentándolo a una mujer que es su igual [una sensacional Vera Farmiga nominada a un Oscar que debería ganar], y a una que le recuerda que su tiempo se acaba y que representa un vehículo del inevitable cambio [ídem Anna Kendrick], Up in the Air funciona como una comedia romántica/estudio de caracteres con un tema que con poca sutileza grita su importancia como trasfondo. Los problemas parten precisamente de esto útlimo, cuando Reitman se pone el sombrero de comentarista social del que hablaba al principio, y como sucedió en su anterior Juno, comienza a mostrar el cobre.
En su deseo de impresionar, de hacernos “pensar” y dejarnos una “lección de vida”, la ligereza de los dos primeros tercios cede ante un discurso autocongratulatorio e impresionado de más con su mensaje. Con un twist sacado del libro de trucos de M. Night Shyamalan, Reitman deliberadamente engaña a su audiencia por 100 minutos con señales falsas, sacrificando y traicionando con ello a uno de sus mejores personajes. Es imposible tocar este punto sin revelar demasiado, pero digamos que quien vive una doble vida no actúa de esa forma, no se expone de esa forma, a menos que, como es el caso, dicho personaje y su giro no sean más que un plot device mal utilizado.
Cuando el climax narrativo de una historia requiere de recursos así, o de otra situación igual de inorgánica que ocurre al final y que tampoco voy a revelar, creada expresamente para que la historia se mueva en la dirección que su creador desea y no en la que debería, las costuras se hacen evidentes.
El mensaje que Reitman quiere dejar a su audiencia llega, pero llega de una forma tan simplona, tan sentimentalizada, que cualquier deseo de parecer inquisitivo o perspicaz, dos de las marcas que separan a los que verdaderamente merecen ser llamados autores de los poseurs , se pierde.
La postura conservadora de la que hablaba al principio y que Reitman mostraba en Juno aquí es clara. Ryan Bingham se lamenta de que está destinado a vivir [literalmente] sobrevolando los hogares de personas con vidas mejores que la suya. De alguna forma es como el ángel de Wings of Desire de Wim Wenders: condenado por su condición a contemplar desde lejos realidades a las que desearía pertenecer y no puede.
Up in the Air ultimadamente pretende ser una exploración filosófica y ambigüa sobre cuál es forma correcta en la que debe vivirse la vida, pero a pesar de esa pretendida ambigüedad, al final quedan pocas dudas sobre cuál es la que Reitman considera es ésa - la verdadera forma de vivir una vida con propósito, es única y exclusivamente cuando el hombre deja de ser una isla y se abre al mundo, ¿cierto, Jason Reitman?