El verdadero melodrama, el de autores como Max Ophüls y Douglas Sirk, se desenvuelve entre lo improbable y lo inverosímil. El sentimiento y la pasión preceden a la razón.
Io Sono L’amore es un melodrama puro, onírico, una película de placeres sensuales.
Cuando el neoralismo italiano alcanzaba sus postrimerías, un nuevo movimiento comenzaba a surgir, liderado en gran parte por los mismos autores que habían iniciado el anterior. Luchino Visconti, quien es ampliamente considerado el padre del neorealismo con su obra maestra Ossessione, fue uno de los iniciadores de este nuevo cine italiano. La realidad sin filtros, sin adornos del neoralismo daba paso a una realidad exaltada, las prioridades históricas e ideológicas no se abandonaban del todo, pero el fin ahora era predominantemente artístico, estético.
Luca Guadagnino se inspira en el Visconti de Senso, Rocco y sus Hermanos y Los Malditos, en su fascinación con el drama familiar, evocando memorias de decadencia y privilegio, y lo trae al presente en forma de una familia industrial del norte de Italia, una región donde familias old-money de este tipo son legendarias.
La cámara de Guadagnino flota con elegancia inusual entre la arquitectura de Milán [un franco homenaje a Antonioni, otro pionero] y los colores y formas de la naturaleza, que junto a la partitura de John Adams, dotan a la película de una textura distintiva, de una belleza barroca que sobrecoge. Como en el cine de Sirk, personajes y ambiente son uno.
La exquisita Tilda Swinton interpreta a Emma Recchi, una Madame Bovary postmoderna. Está a punto de convertirse en la nueva matriarca, su esposo ha heredado el imperio familiar y sus hijos ya son independientes, por lo que sus obligaciones con la familia que la trajo de Rusia a vivir en una jaula de oro ya están casi saldadas.
El personaje de Emma Recchi [y Swinton] opera a lo largo del relato en dos niveles, primero como un objeto que se ha resignado a parecer, no a ser, y luego, como una fuerza de la naturaleza con un apetito voraz por los placeres que ésta ofrece. Presenciar esta transformación es absolutamente fascinante, y todo es gracias a Swinton, sin duda la intérprete de su generación.
Dicha transformación viene dada por dos factores, una confesión de su hija que despierta de alguna forma su curiosidad por lo que existe fuera de su status quo, y luego, una escena sacada de Ratatouille, en la que como Anton Ego, luego de probar un platillo, un torrente de emociones la convierten de figura de alabastro a mujer de fuego.
Guadagnino hace un interesante comentario sobre cómo el despertar de una mujer puede sacudir los cimientos de una institución como la familia Recchi de forma mucho más contundente que el cambio de poder generacional.
Los mejores melodramas de Douglas Sirk como All That Heaven Allows estaban construidos milimétricamente. Cada emoción medida con precisión. El hecho de que confecciones tan artificiales, tan obviamente elaboradas hayan tenido y sigan teniendo un impacto emocional tal, es un testamento del poder del cine como forma artística.
Io Sono L’amore agrega a esta artificialidad su esteticismo barroco. Lo que se supone debería distanciarnos, nos absorbe.
Io Sono L’amore es un reverie, pero también es un despertar, el abrirse al placer y la aceptación hecho imágenes y sonidos.
“¡Ya no existes!”, exclama su esposo Tancredi a Emma al final. Los Recchi tampoco.
Magnífica.
The Chairman Dances [Foxtrot for Opera] – John Adams