A la distancia, casi imperceptible a primera vista, se divisa una pareja abrazándose en las arenas negras del golfo de la isla de Lanzarote. ¿Qué historia se esconderá tras ese abrazo?
Las historias de Almodóvar en su gran mayoría [por no decir todas] parten de experiencias muy personales, no en vano siempre cita a su madre y su crianza en La Mancha como su mayor fuente de inspiración, pero en Los Abrazos Rotos por primera vez toma como punto de partida algo tan impersonal como la imagen de una fotografía tomada por él mismo accidentalmente. El desvelar la cadena de eventos imaginarios que llevó a esta pareja a sellar con un abrazo el encuentro que se observa en la foto es la perfecta excusa para tomar algo impersonal y furtivo, y tornarlo brutalmente propio, utilizando para ello su segunda mayor fuente de inspiración: El cine.
La prensa española no tuvo piedad con Los Abrazos Rotos. Afortunada y justamente, aquí en Cannes la reacción ha sido otra. Pedro Almodóvar ha llegado a un punto de celebridad que en España sus películas son eventos que logran mayor atención que cualquier producto Hollywoodense, y él, siendo un hombre que ama autopromocionarse y vender sus películas tanto como hacerlas, no pierde oportunidad para conseguir que se hable de sus proyectos, ya sea bien o mal. Para hacer las cosas "peores", se hace acompañar en este trabajo de la única persona más amada/odiada por la prensa que él: Penélope Cruz, Pé o Pé-sada, dependiendo a quién se pregunte.
Pero pésele a quien le pese, Almodóvar es, junto a Buñuel y Berlanga, el director de cine más importante de España, y Los Abrazos Rotos, como lo fué Todo Sobre Mi Madre hace 10 años, se convierte en un punto de inflexión importantísimo en su carrera.
Su filmografía se haya repleta de homenajes y guiños de ojo al cine que lo inpira y que lo motivó a convertirse en realizador, pero en esta ocasión estos tienen un propósito expreso - utilizar al cine y su proceso creativo de principio a fin como caso de estudio, y a la vez como paralelismo del nacimiento, desarrollo y muerte de una relación amorosa.
Penélope Cruz es Lena, una amalgama de las heroínas del cine negro como Gilda o Laura, que sin ser propiamente una mujer fatal, son sus actos, sus decisiones y su poder sobre dos hombres los que desatan el conflicto central de la historia.
Lena es el objeto de deseo de dos hombres: Ernesto Martel, su marido millonario mucho mayor que ella al que desprecia, y Mateo Blanco, el director de la película de la que es protagonista, Chicas y Maletas. Ambos la desean obsesivamente, uno para demostrarse a sí mismo que todavía tiene sangre en las venas, y el otro como su musa inspiradora.
El cine como proceso creativo integral es aquí el punto neurálgico. De forma muy original, Almodóvar estructura el desarrollo de la historia tal cual como se realiza una película: los personajes mismos escriben un guión, lo van viviendo paralelamente mientras lo filman, y finalmente lo editan y lanzan al público. Muchos directores a lo largo de la historia han dicho que una es la película que se rueda y otra la que toma forma y vida propia en la sala de edición, y en ese último proceso es en el que recae el mayor peso emocional de toda la película: ¿qué sucede con una obra inconclusa y cómo afecta ello a su creador? Esa obra inconclusa puede ser igual una película o una relación amorosa, aquí ambas cosas significan lo mismo.
Hace unas semanas atrás hablaba en otra entrada sobre Almodóvar de la enorme importancia de las interrupciones y los momentos inconclusos en Todo Sobre Mi Madre, y como buen autor que es, Almodóvar visita nuevamente este pozo a buscar más agua, porque un abrazo roto es precisamente eso, un momento interrumpido ya sea por un accidente o por una enorme pérdida, pero un abrazo roto también es aquel que separa intempestivamente a un director de cine de su creación.
Durante la realización de Chicas y Maletas -la película dentro de la película- es donde Almodóvar se crece como director por tres razones:
- Primero, como arquitecto visual original, logrando secuencias memorables en las que mezcla todos los estilos que ha utilizado a lo largo de su carrera, creando un universo distintivamente suyo y único: el Madrid de los excesos en forma de la mansión de Ernesto Martel, llena de sombras y espacios vacios que parecen devorar a los que habitan en ella, el Madrid psicodélico lleno de colores y personajes estrambóticos que se observa en Chicas y Maletas, y finalmente los paisajes de Lanzarote, cuya aridez es una representación de la fatalidad que se acerca.
- Segundo, como arquitecto visual que sabe homenajer y referenciar sin copiar, creando momentos que son un verdadero regalo para los cinéfilos más adelantados: desde el ominoso eco de unos zapatos como en Torn Curtain de Hitchcock, una caída por las escaleras a lo Kiss of Death o Leave Her to Heaven que concluye con una resolución que recuerda al final de Notorious, la obsesión por una imagen que parece cobrar vida como en Blow Up de Antonioni, el voyeur con cámara en mano de Peeping Tom, el nombre "artístico" de Lena que es el mismo de Catherine Deneuve en Belle de Jour de Buñuel, y todo para concluir homenajéandose a sí mismo, haciendo de Chicas y Maletas una especie de remake de Mujeres al borde de un ataque de nervios.
- Tercero, como director de actores. Si con Volver sacó a Penélope Cruz del hueco en que se había hundido en Hollywood, ahora la muestra inmensa, más bella y más firme como intérprete que nunca, encarnando en una sóla mujer a todas las chicas Almodóvar: la mujer sufrida y la mujer fatal, la Marylin Monroe, la Audrey Hepburn y hasta la propia Carmen Maura. Imposible dejar de destacar la magistral interpretación de Ángela Molina como la madre de Lena, que en menos de 10 minutos de tiempo en pantalla deja una impresión imborrable, igual la de Lluis Homar, el verdadero corazón de esta historia, y la de José Luis Gómez, quien demuestra nuevamente que es quizás el mejor actor de toda España.
En una escena durante su estancia en Lanzarote, Lena y Mateo ven en la televisión la obra maestra de Roberto Rossellini Viaggio in Italia. Como es su costumbre, Almodóvar no pierde oportunidad para que sus personajes aparezcan en pantalla viendo películas, y aquí ese momento tiene tanta importancia como cuando Carmen Maura ve Johnny Guitar en Mujeres al borde de un ataque de nervios y Bellissima en Volver.
El paralelismo a primera vista no se ve tan claro, la relación de Mateo y Lena no se encuentra tan irremediablemente destruída como la de George Sanders e Ingrid Bergman. Una primera lectura sería que Lena siente un terrible miedo al ver que su destino junto a Mateo podría ser el mismo que el de esa pareja enterrada bajo las cenizas del Vesubio, unida en un último abrazo.
En una segunda visión queda claro que Almodóvar igual que Rosellini utiliza la imágen de las ruinas de Pompeya para indicar una destrucción horrorosa, pero la destrucción ya no es de una relación amorosa, sino de la película sin terminar que dejaron detrás. Una película que es la representación física, la evidencia tangible de su amor, de la que sólo quedarán las ruinas esperando pacientemente que alguien trate de reconstruirlas.
Más tarde, en otra escena clave, quizás la más importante de toda la película, Mateo [ahora ciego] le dice a Diego que desea escuchar la voz de Jeanne Moreau. La película que elige es Ascensor al Cadalso, el magistral debut de Louis Malle. En aquella película dos amantes también son separados por una interrupción, pero queda una fotografía como prueba de una unión más fuerte que la misma muerte. Lo que queda plasmado en imágenes es eterno, sobreviene cualquier cosa, hasta la muerte.
Almodóvar concluye dejando claro que el cine puede ser un encargo, un oficio, una pasión, pero tanto para él como para Mateo Blanco el cine es un medio de sanación, de exorcismo. Terminar Chicas y Maletas es la única manera de sanar una herida abierta y sangrante. Las películas deben terminarse.
Werewolf - Cat Power